Sueños

Y todos tenemos sueños buenos y malos y un camino que recorrer.
Pues parece que el siglo XXI avanza sin sorpresa alguna. Con paso firme y sin desviarse ni un centímetro de su camino pautado, cumple de momento todas y cada una de sus profecías. Más muros, más fronteras, más formas mortales de seguridad. Desigualdades que no paran de crecer e impulsos separatistas que surgen por todas partes. Ya lo estáis viendo, divisiones internas marcadas por el egoísmo y la codicia llegan ahora decididas a terminar con toda posibilidad de alianza. Mucho me temo que las guerras que vienen van a ser incluso más asimétricas que las acontecidas en el siglo XX. Y más confusas también. Si se cumple el guión establecido (y nada parece indicar que no vaya a ser así) nuestro futuro más inmediato será una continua exposición a la violencia; una constante amenaza existencial. ¿Y la política? Pues mucho me temo que la política está destinada a convertirse en poco más que una interminable lucha callejera, una lucha sucia en la que la razón poco importará y los hechos menos aún. El mundo se nos viene encima, chavales, y las banderas no hacen más que dificultarnos el avistamiento del lugar donde aún se esconde la vida.
Hace más de una década que imparto clase en Prodart, el Máster de Producción e Investigación Artística de la Universidad de Barcelona. Mi asignatura, Procesos de producción y difusión de las artes mediales, es un seminario intensivo dedicado a estudiar algunas de las últimas transformaciones acontecidas tanto en el campo de creación como en el de la recepción de las imágnes contemporáneas. El pasado viernes hablamos de la figura del observador –esa extraña condición que nos define cada vez más– y durante la charla salieron algunas cosas interesantes. Os dejo aquí unos apuntes.
1-Más que habernos convertido en un nuevo tipo de espectador, lo que nos ha sucedido en las últimas décadas es que nos hemos adecuado a toda una constelación de nuevos acontecimientos, fuerzas e instituciones que, juntos, provocan un nuevo modo de mirar y de percibir el mundo.
2-Esta drástica reconfiguración de las relaciones entre el sujeto observador y los modos de representación trae consigo la alteración misma de los términos «observador» y «representación».
3-El observador es hoy el lugar donde la representación se hace visible, y nuestros cuerpos son extensiones de redes de datos que hacen clics, enlaces y selfies.
4-Las imágenes que vemos a diario no remiten ya tanto a la posición del observador en un mundo «real» percibido ópticamente, sino a millones de bits de datos matemáticos distribuidos electrónicamente.
5-Más que una estructura ideológica o económica, lo que determina la visión de nuestro tiempo histórico es más bien el funcionamiento de un ensamblaje colectivo de partes dispares en una única superficie visual: la pantalla (y más concretamente, la pantalla del móvil).
6-En este sentido, el observador es hoy el principal agente de recepción y distribución de fenómenos dispares localizados en muchos lugares distintos. El observador es a la vez quien consume estos fenómenos y quien los intercambia globalmente. Así es como la imagen se hace cada vez más una con nuestra propia vida, con nuestra forma de pensar y con la manera en que experimentamos el mundo.
7-Lo que vemos no es ya sólo aquello que está a la vista, sino aquello que nos resulta coherente con lo que sabemos y con lo que ya hemos experimentado.
8-Las redes sociales con las que interactuamos a diario no hacen más que potenciar al máximo esta condición. Estos canales de distribución y adquisición masiva de comportamientos y patrones terminan encerrándonos en un movimiento homogeneo, confuso y de lo más paradójico: buscamos diferenciarnos y ser originales sólo para ser validados, aceptados e iguales a todo el mundo.
9-Las imágenes con las que hoy hacemos mundo son imágenes que muestran una experiencia colectiva individualizada al extremo. Son la representación cotidiana de una profunda soledad multitudinaria en la que tan sólo alcanzamos a vernos a nosotros mismos.
10-Si ver ya no es creer sino más bien «algo que hacemos», ¿cómo hacer que volvamos a creer en aquello que no vemos?
Qué absurda esa concepción según la cual cada individuo constituye una sola persona dotada de un rostro y un nombre únicos.
Los Damned, sí señor, una de mis bandas favoritas de todos los tiempos. Raros como una sustancia desprovista de órganos, inclasificables como nadie. Eléctricas y eclécticas, sus canciones fueron almacenándose en mis huesos como un metal pesado que, con el paso del tiempo, machacó la realidad hasta reprogramarla por completo, como un virus, como una religión, como un sistema operativo. Los Damned son el polvo de cristal que se clava en mis pulmones al respirar, el vapor que se impone a mis sentidos y hace que ruga lo más oscuro que hay en mí. La voz de Vanian, la guitarra del Captian con su boina roja retorcida en la cabeza agitan mi corazón como un martillo neumático desatando la violencia extrema de mis deseos. Los Damned son un sueño en el que no hay nada que hacer salvo rendirse a sus antojos, pues las decisiones están tomadas mucho antes de empezar a soñar. Los Damned son el spam que me borra del mundo oficial de la política económica, y sus canciones las guardianas de mi templo; un templo vacío hace ya mucho tiempo. Smash it Up.
Cae la tarde y me asomo de nuevo a la ventana para ver si todavía siguen ahí colgados los tipos que fotografié esta mañana. Sí, ahí siguen, ajenos por completo a cualquier atardecer. Sus pies apoyados sobre ese minúsculo suelo dan la impresión de estar suspendidos en el aire. Definitivamente, trabajar se ha convertido en una cosa de lo más extraña. Aquel trabajo moderno que tantos conflictos sociales ocasionó en el pasado, hace tiempo que desapareció. Su ausencia, sin embargo, no hizo que trabajásemos menos, al contrario: la esfera del valor se extendió hasta el infinito, y el agujero del trabajo pronto se llenó de un sinfín de nuevos mercados inimaginables hasta ese momento. Incorporarnos a esta nueva realidad laboral nos convirtió en las pequeñas empresas autónomas que somos hoy. Personal business expuestos constantemente a un interminable procedimiento de validación; sometidos de por vida al imperativo de la auto-promoción. Esos chicos deslizando sus cuerpos por el ingrávido andamiaje y yo somos el resultado de un truco de magia fallido. El mago hizo desaparecer la varita sin querer y ahora trabajar ya no es producir mercancías, ahora es producir una determinada relación con uno mismo, con el mundo y con los demás. Eso es ser un trabajador cuando el trabajo se ha perdido en el paisaje que él mismo pintó.
Fin de curso. Compartir este año con vosotrxs ha sido como bañarme en aire fresco. Cuando me pregunto cómo es posible que, mientras nos diezma una muerte tan espantosa, algunos sigamos todavía empeñados en defender las artes, la cultura, la educación, tan sólo obtengo una respuesta: vosotros; la ilusión que inflama vuestro cerebro y que no se amedrenta ante el escarpado abismo de nuestro mundo. Gracias por vuestro tiempo, por vuestras ideas y por vuestras ganas de vivir, hacéis que me sienta como un primitivo de una civilización todavía desconocida. Sois lo más.
*Gracias por la foto, Leire Bernal.
Políticos y gobernantes acompañados de una multitud enardecida, celebran su victoria riendo y bailando, con una única idea fija clavada en sus mentes: la derrota del contrincante. Mientras tanto, en la habitación contigua, el bufón de corte Stańczyk –que tanto y tan bien había empleado la sátira para referirse al pasado, presente y futuro del reino–, aparece derrumbado en la oscuridad de un pozo sin fondo. Melancólico, sumido en sus pensamientos y con su cetro en el suelo, Stańczyk es el único que ha comprendido el destino inevitable al que se precipitan su paisanos. A través de la ventana, un cometa altivo y arrogante cruza los cielos cual presagio de la peor de las suertes. Siempre fue éste uno de mis cuadros favoritos, pero hoy es algo más que eso. Hoy, el cuadro de Jan Matejko es el sastre que nos toma las medidas frente a un espejo abollado que refleja el preciso curso de los acontecimientos, tanto los vividos como los que están por llegar. Si he de ser sincero, diré que no tengo nada que celebrar. Absolutamente nada.
Arden las redes un día más. Es como si la destrucción fuese la verdadera participación; aquello en lo que todos participamos por igual. Es innegable que existe una relación íntima entre destrucción y participación. Los artistas lo sabemos desde hace mucho tiempo, cada vez que hemos tratado de destruir el arte a lo largo de la historia, lo único que hemos conseguido en realidad ha sido invitar al espectador a participar en un acto destructivo –muchas veces dirigido contra ellos mismos–. Esto fue siempre así porque, en realidad, destruir no requiere de mucha destreza. Destruir es infinitamente más sencillo que crear. Por eso tantas palabras aquí suenan como puñetazos en la cara, porque las caricias nacen de la inteligencia, de la habilidad y de la destreza: todo de lo que Facebook carece. Veo correr por mi muro todas esas publicaciones incendiarias y me pregunto si será la destrucción la única democracia que vamos a conocer; lo único en lo que de verdad vamos a participar todos.