Entre amigos

«Libertad», eso dicen todos, «libertad», pero lo que quieren decir en realidad es libertad de elección (Freedom of Choice), y la libertad no es eso, no puede serlo. La libertad tiene que ver más con la amistad. Uno solo no puede nunca ser libre, porque la libertad es ante todo una relación: tú conmigo, yo contigo. Sólo podemos ser libres mutuamente. Entre amigos.
#NoALaGuerra #stopwar #nowar
Foto: Wolfgang Schwan
Dos días a oscuras

La planta nuclear de Chernóbil lleva dos días a oscuras. Esto es algo extremadamente peligroso, pues sin electricidad podrían dejar de funcionar los sistemas de refrigeración de los desechos radiactivos. Las líneas que pego a continuación las he extraído de un artículo que escribí hace casi cinco años. En él, además de reseñar el libro Voces de Chernóbil de Svetlana Alexiévich, traté de pensar el desastre nuclear en términos postpolíticos.
El Sarcófago es como llaman en Ucrania a la inmensa cúpula de plomo y cemento que se tuvo que construir para recubrir las 200 toneladas de material radioactivo procedente de Chernóbil. Se trata de la cúpula más grade y cara de toda la historia, mide 110 metros de altura y 260 metros de largo, y pesa unas 32.000 toneladas. A día de hoy, su coste de producción ronda los 2.200 millones de euros, y de su efectividad depende la vida no sólo en Ucrania sino en todo el continente europeo. Hasta la fecha, el Sarcófago ha hecho bien su trabajo, nos ha protegido perfectamente de nuevos escapes radiactivos. Sin embargo, el sarcófago tiene un problema: no dura para siempre.
Con el paso de los años, la radiación acaba por comerse el sarcófago también, y esto obliga a reconstruirlo cada cierto tiempo. El primero duró casi 30 años, y la primera vez que tuvimos que reconstruirlo tardamos cinco años en ponernos de acuerdo para hacerlo. Cinco años con los materiales caducados arriesgándonos a nuevos escapes radiactivos. El motivo principal del retraso de las obras de reconstrucción fue, como no podía ser de otro modo, el dinero. La Unión Soviética ya no existe y ningún país quería ahora hacerse cargo de semejante gasto. Al final, y de muy mala gana, Ucrania aceptó y pagó el 8% de su coste; el resto fue financiado por la Unión Europea y por la comunidad internacional. Según dicen, este nuevo sarcófago tendrá una duración de unos 90 años, y entonces habrá que construir otro nuevo.
Puede que 90 años parezca mucho tiempo, pero si lo comparas con los 24.000 que se supone que tardará en desaparecer la radiación no es tanto. 24.000 años abren tal dimensión temporal que resulta imposible pensarla en términos políticos. ¿Qué tipo de legislación, qué acuerdo podría llegar a sostenerse durante tanto tiempo cuando tan sólo los primeros 30 han resultado ya casi inabarcables? No, definitivamente no será la política lo que nos protegerá de los escapes radiactivos futuros. Chernóbil exige dar con un camino distinto al que nos ha traído hasta él. Sólo así podremos llegar a recuperar un día la fe en una vida futura.
Lo importante en la vida

Las imágenes de la guerra pasan sin descanso por mi pantalla, demostrando arrogantes la pérdida generalizada de sentido en el mundo. Contemplar tanto dolor, y, a la vez, sentir tanta impotencia, es una experiencia de lo más desconcertante. Veo edificios derrumbándose como trozos de materia agonizando entre explosiones de incomprensión; veo personas huyendo de la rugiente cascada que amenaza con llevárselos por delante; y, sentado frente al televisor, me pregunto qué es lo realmente importante en la vida.
Es una pregunta difícil. Al final, tan sólo una cosa tengo clara: todo el tiempo que paso tratando de alcanzar el espejismo de la felicidad futura es tiempo perdido. He visto demasiadas personas desesperadas como para saber que no hay correlación directa entre la riqueza y la felicidad. Pasar la vida deseando cosas externas como el dinero (o un ascenso en el trabajo, o unas vacaciones más largas, o una casa en propiedad), evidencia únicamente lo desquiciada que está nuestra civilización.
¿Y si esta guerra en Ucrania ha llegado para enfrentarnos a la caída de nuestra civilización? Tampoco sería tan descabellado, al fin y al cabo ninguna civilización del pasado ha durado eternamente, y eso que eran todas ellas mucho más sostenibles que la nuestra, ¿o hay acaso alguien aquí que pueda defender, con argumentos creíbles, la idea de que somos una buena influencia para el planeta?
Entendedme bien, no estoy sugiriendo que debamos morir todos como individuos, sino que nuestro sistema de vida actual debe dar paso cuanto antes a una nueva cultura; una en la que matar esté mal visto, y en la que la compasión por otros seres vivos y el respeto profundo por la vida sea algo sagrado. Una nueva cultura que deje de estar centrada en el yo, pues terminar con la vida de otro ser vivo se ha justificado siempre en base a un sistema de valores centrado en el yo, y en cuanto lo dejemos atrás estoy seguro de que aumentará de forma natural nuestra veneración por la vida.
Ojalá esta guerra sea, pues, el crisol de una transformación en la manera como percibimos el mundo y a nosotros mismos. Ojalá que todo este horror que veo a diario en mi pantalla sirva al menos para empezar a validar otra concepción del mundo, una que nos haga conscientes de que todos somos parte de todo, que somos –en el sentido más literal– hermanos y hermanas. Ojalá esta guerra sea el principio del del fin de la realidad misma que la ha provocado.
Foto: Emilio Morenatti
¿Para qué quieres poseer tantos países?

Un yogi se lo dejó bien claro a Carlomagno hace ya más de mil años: «¿para qué quieres poseer tantos países?» —le dijo—, «si al final sólo vas a necesitar seis palmos de tierra». Pero Carlomagno murió sin entenderlo y sus ideales siguieron en pie hasta nuestros días, como columnas ennegrecidas por el paso del tiempo alzadas en medio de una perpetua oscuridad.
*Foto: manifestación contra la guerra celebrada ayer en Barcelona.
Alguien mucho más cercano de lo que piensas

«¡Fascistas!», «¡racistas!», «¡sexistas!», últimamente nos pegamos el día diciendo estas cosas. Es cierto que muchas veces las decimos apoyados en argumentos bastante válidos, pero no por ello dejan de ser un tiro que nos propinamos en nuestro propio pie (o, peor aún, en nuestra propia cabezota).
¿No os parece que es esta actitud insultante y confrontativa la que nos ha traído en parte el colapso de máxima fragmentación en el que malvivimos hoy en día? Por eso me pregunto si no estaría mejor que dejásemos de ver como un enemigo a todo aquel que no piensa como nosotros, y empezásemos a verlo como lo que es en realidad: alguien mucho más cercano de lo que pensamos.
Siempre que insultamos a alguien de este modo, lo hacemos por considerarlo moralmente inferior a nosotros, carente de amor, respeto y compasión por los demás. Pero esto no es del todo cierto. Me parece que sería más acertado, en todo caso, verlo como alguien que ‘todavía’ carece de ese amor.
Es importante resaltar lo de «todavía», porque a poco que te hayas acercado mínimamente a la vida de una de esas personas a las que insultas, te habrás percatado enseguida de que por supuesto son capaces de amar, respetar y sentir compasión. Lo hacen, y de un modo muy profundo, por ejemplo con su familia, con su país o con su religión. Así que, más que carentes de amor, sería más acertado calificarlos como personas de un amor más limitado y de un alcance menor que el tuyo, dirigido estrictamente a los grupos concretos con los que se identifica.
Lo que quiero decir con esto es que esas personas a las que insultas frecuentemente, son personas incapaces todavía de amar a aquello con lo que no se identifican. Si tú sí lo eres, si de verdad te consideras una de esas personas que ha adquirido ya una conciencia capaz de identificarse y amar totalidades más grandes que tu familia, tu país o tu religión, estaría bien que, en vez de insultar a los que todavía no la han adquirido, te dedicases a facilitarles el camino para alcanzarla.
Nadie nace identificado con el planeta entero, ni con los seres vivos en todo su conjunto, ni con toda la humanidad, llegar a ese grado de conciencia (y por lo tanto de respeto) requiere de esfuerzo y de ayuda. Si no estás dispuesto a ofrecer esa ayuda, del mismo modo que te la ofrecieron a ti, es porque todavía no has alcanzado la conciencia que dices tener. Esto es en verdad lo que demuestra tu insulto, y lo que trae no es otra cosa que Trump, Bolsonaro, Vox y Chanel.
La verdadera historia del fin del mundo

Muchas veces el obstáculo se encuentra en el camino, pero otras veces el obstáculo es el propio camino. Así que bien podría ser que el mundo fuese perfecto tal y como es, y que todo lo que está pasando no fuese más que el resultado de una mala conversación, una conversación equivocada.
Qué es lo que nos estamos contando, a ver. ¿Nos estamos contando la historia del fin del mundo? ¿Es eso? Porque si es eso, no lo estamos haciendo bien. La verdadera historia del fin del mundo comienza así: «Eran infelices porque iban a morir, pero de repente se dieron cuenta de que no podían morir en paz y alegría a menos que no aprendiesen a alegrarse y a estar en paz con ellos mismos ahora, en este preciso instante, mientras aún estaban vivos»
Quedar con mis amigos

Estos días, charlando con los amigos, percibo una apertura en su manera de hablar, una pequeña rendija en la superficie de sus palabras. No sé qué es exactamente, parece como si la realidad se estuviese volviendo algo más permeable a nivel psíquico, algo más onírica. Compartir con ellos una charla en un bar se parece cada vez más a ese estado de sueño en el que, nada más entrar, olvidamos de golpe quiénes somos.
¿Es esta sensación el anuncio de un cambio más profundo en la conciencia colectiva?, ¿estamos empezando a dejar ir nuestros miedos y atreviéndonos a considerar esta vida como la grandísima ilusión que es en realidad?, ¿o son acaso sus palabras el presagio de la inminente llegada de una cosa sin mente y sin nombre aún, atraída exclusivamente por el calor de la gente? Demasiadas dudas y una única manera de resolverlas: quedar más con mis amigos.
La llamada de un nuevo impulso

Este fin de semana ha estado por aquí mi amigo Amador presentando su libro «La fuerza de los débiles». En la portada aparece un viejo laberinto oxidado, y en su interior una –más que necesaria– lectura del 15M enfrentada de cara a los límites de lo posible en la política.
La presentación trajo con ella un montón de buenos encuentros con gente que amo y que, por un motivo u otro, hacía demasiado tiempo que no veía. Así que, cuando terminó el rico debate que provocó el libro de Amador, unos cuantos amigos decidimos seguir la conversación en La Social, la magnífica librería que se encuentra justo delante de La Base (donde tuvo lugar el evento).
Era la noche antes de la noche de muertos, y entre tacos de carnita, quesadillas y un poco de mezcal, y franqueados por el impresionante altar que presidía el lugar, ocurrió lo imposible. Apenas sin darnos cuenta, fuimos dejando de hablar de política y comenzamos a hablar entre nosotros como si no estuviésemos despiertos, como si hubiésemos dejado a los pies del altar la máscara del personaje que interpretamos a diario y, una vez liberados de ella, nuestra voz se hubiese convertido en un puente viviente entre el mundo del tiempo y el de la eternidad.
Hablamos de los infinitos niveles que pueblan nuestra mente, de espirales dentro de espirales, y del condicionamiento social al que quedamos atados cuando circulamos a ciegas por ellas. «Tenemos que salir de ahí», dijo Marina sin temblarle la voz, y todos nosotros asentimos con la cabeza. Es verdad, tenemos que salir de ahí, tenemos que atravesar el continuum que forman nuestros pensamientos y ver que existe algo más que el mundo material y el interés propio.
Pasado un rato, cuando las velas que iluminaban la mesa habían menguado más de la mitad, caímos en la cuenta de que en la semilla misma del «pienso luego existo» de Descartes se encontraba inscrito ya al completo el hundimiento de la civilización que estamos presenciando hoy en día. Imagínate qué pasada hubiera sido que en ese momento, justo antes de escribir la maldita frase en un papel, le hubieran entrado a Descartes las mismas dudas que nos entran hoy a ti y a mí con casi todo. Estoy seguro que los niveles de conciencia de occidente se habrían modificado por completo, y de que nos habríamos ahorrado un montón de sufrimiento.
Porque la visión racionalista y materialista del mundo está convencida de que explorando el universo físico nos conoceremos a nosotros mismos, y algo de razón tiene, pero se olvida de que explorando nuestro interior somos capaces de conocer el universo entero. Y el viernes por la noche esto quedó más que demostrado.
Cuando salimos de La Social, unas cuantas personas se fueron juntas al parque de Montjuic para sentarse en corro, darse las manos y comunicarse con todo lo que se encuentra más allá de ellas mismas. Yo no fui, preferí irme a casa dando un rodeo por la playa, y cuando llegué a la Marbella sentí como si las perlas del conocimiento ya hubieran sido encontradas, y sólo nos faltara ahora enhebrarlas para componer el collar.
Quizá esta crisis que estamos comenzando a percibir no sea otra cosa que un catalizador evolutivo, una dura prueba que seremos capaces de superar sólo si profundizamos en la comprensión de ambos universos, el universo interno y el externo.
Antes de que empezase a llover, alcancé a ver con claridad que la crisis actual en la que nos encontramos metidos, más que un desastre es un desafío, una llamada a todos y cada uno de nosotros, tanto individual como colectiva, para transformarnos en un nuevo impulso evolutivo.
Una vez metido en la cama, justo antes de cerrar los ojos y quedarme dormido, firmé conmigo mismo el compromiso de no faltar a la llamada, de acudir puntual y contribuir a su propósito tanto como me sea posible.
*Gracias Marina, Noe, Anna, Judit, Julia, Alex Gato, Emma, Paulina, Amador y Lilibélula por sostener la noche (y también por la foto, Lili)
Leo Peo

Todos los problemas que padecemos hoy en día derivan de tener una conciencia dualista de la realidad.