Leonidas Martín
Obra y milagros
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El aliento fresco del universo

16 febrero, 2021
Ramones ZGZ Pink

Tanto altibajo anímico producido por la pandemia provoca en mí reacciones extrañísimas, como por ejemplo ver conciertos en Youtube. Sucede de repente, estoy trabajando en mi ordenador preparando nuevas clases y, sin saber cómo ni por qué, me sorprendo rememorando conciertos que disfruté de cuerpo presente hace ya mucho tiempo. Imagino que se trata de un dispositivo automático que pone en marcha mi cuerpo, una especie de sistema de defensa frente a este abatimiento general que amenaza con dejarnos a todos exhaustos.

La sincronicidad entre las imágenes de esos conciertos y mis recuerdos es algo verdaderamente extraordinario. Le doy al play del vídeo y es como si bajase la palanca que enciende en mi cerebro el tiovivo de la memoria. Es increíble la de recuerdos tan vívidos que me traen esas viejas grabaciones. Es como si las poderosas fuerzas que invaden de inmediato mi cabeza hubiesen estado aguardando sigilosas, en el fondo de mi corazón, hasta el momento en que me pongo los vídeos, y entonces entran en combustión liberando un fuego abrasador en mi interior.

Los recuerdos se suceden veloces al ritmo de la música. Sin ni tan siquiera levantar el culo del escritorio, me impregno de nuevo de todas aquellas experiencias que tantas emociones despertaron en mí en una etapa previa de mi vida. Vuelvo a verme metido de lleno en las salas (aquellos hornos que rugían al rojo vivo) y siento el mismo contacto aquél que tanto me electrizó de joven. Había algo cósmico en aquellos lugares, estaban llenos de vida, una vida propia y secreta que casi había olvidado y con la que he vuelto a conectar estos días de un modo completamente imprevisto.

Me veo otra vez con la figura desaliñada, la camiseta mojada y rodeado de mis amigos de entonces. Suenan los primeros acordes de la primera canción y me arrojo sobre ellos con todo el esplendor de la juventud. Nos sacudimos el hormigueo del malestar a empujones, se nota que estamos ávidos de un poco de felicidad en el desierto de nuestra existencia. Las guitarras sucias y con idéntica agresividad tocan las mismas viejas notas que en el pasado penetraron en mí hasta profundidades insondables. He tenido que llegar hasta aquí para comprender que aquellas notas eran en realidad semillas de una verdad. Una verdad que con el tiempo terminó por destruir todas mis convicciones, las de entonces y las que se supone que debería tener hoy.

Avanza la actuación y me siento cada vez más un navegante a la deriva, sin cartas ni compás ni GPS. No tengo ni idea de si estos vídeos, estos mensajeros de los mares de mi memoria, traen consigo algún mensaje que debiera descifrar. Lo que sé es que cuando los veo, mi cuerpo se convierte automáticamente en espíritu y comienza a emanar de mí una esencia pura y refinada, una esencia divina. Ver tocar de nuevo a esas bandas sobre el escenario es como galopar a lomos de un caballo por entre los colores mágicos de mi juventud. Como si el mundo entero, la vida, todo, se hubiera instalado de nuevo en mi interior y me pidiese a gritos ser su vocero. Canto a todo pulmón como lo hacía cuando estaba en aquellos conciertos y, por muy mal que lo haga, por mucho que desafine, la magia y la belleza caminan de nuevo cogidas de la mano, atraídas por una fuerza exterior más poderosa que la gravedad y tan inexorable como el destino.

Y la cosa no acaba ahí, pues cuando termina el concierto, cuando se apaga el vídeo y ya solo queda la luz eléctrica de la pantalla vacía, sigo viendo un rato más las luces tintineantes de un escenario que ya no está, y veo a Pablo, y veo a Emilio, y a Cache, y a Eva, y al Yorki bailando como un locos, y sus sonrisas se clavan en el espacio como pequeños flashes de luz. Veo a un chico tirar la cerveza al suelo mientras le da un ataque de risa, y veo también a aquella chica pálida que resplandecía en todos los conciertos lejana e inaccesible como una estrella, y su pelo rubio y alborotado con el que rozaba mi cara cada vez que saltaba. Veo un mar de brazos levantados y me parece un bosque iluminado por la luna llena. La verdad es que no sé por qué no me quedo a vivir aquí para siempre, donde las pandemias no existen y el  distanciamiento social y el toque de queda son sencillamente inconcebibles. El único peligro que aquí corro es el de desvanecerme por el coro sonoro que devuelve a la vida toda su fantasía, y divertirme hasta morir. Aquí, en esta otra dimensión, mi vida vuelve a sus comienzos, cuando todos mis átomos chocaban ciegos entre sí, y retrocedían y volvían a chocar una y otra vez hasta que las fibras de mi ser quedaban entrelazadas. En estos conciertos respiro de nuevo el aliento fresco del universo.

Más allá del principio y del final

28 enero, 2021
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La Biblioteca Pública de Estocolmo es uno de mis edificios preferidos. Todavía recuerdo el día que entré allí por primera vez. Era un día de mayo por la mañana muy temprano, las oscuras horas de la madrugada no se habían desvanecido del todo y en el cielo persistían aún las sombras grises de un mundo a punto de desaparecer. El lugar me acogió con el esplendor de un cometa. Recuerdo que estando de pie en el gran círculo que conforma la sala principal del edificio, viendo los miles de libros que allí gravitan en órbita, comprendí que las bibliotecas son cuevas en realidad. Cuevas donde aguardan inmóviles las huellas de algo inmenso que nos corre por dentro.

Aquella fue la primera vez que caí en la cuenta de que la fuerza que nos empuja a pasar las páginas de un libro es la misma que sustenta la vida, que los libros son el reflejo del encuentro de la vida con la vida misma, el compromiso que establecemos con nosotros mismos cuando tomamos la decisión de seguir con vida hasta el final. Es por eso que a veces, cuando leemos, sentimos que podemos ir más allá del principio y del final, y que la muerte no tiene tanto poder.

La fotografía la tomé en una de las cuatro salas anexas, la sala de literatura infantil, que también es circular. Tumbado allí sobre la moqueta gris y rodeado de aquel muro donde están representadas las aventuras que los más pequeños experimentan en cuanto abren un libro, sentí que cada uno de nosotros somos portadores de una fuerza vital, y que los libros son el campo electromagnético donde se chocan todas esas fuerzas las unas con las otras. Por eso sólo la literatura puede conseguir que nuestro sufrimiento individual se convierta en un sufrimiento universal, y nuestra felicidad también.

Salí de la biblioteca rodeado de una intensa frescura que mantenía todo mi ser alerta. Era como si durante el tiempo que había permanecido dentro del edificio con la mirada clavada en los libros, afuera el mundo hubiese cobrado una nueva forma. El resto del día lo pasé caminando como un fantasma entre la gente, y por la noche, cuando por fin llegué a la habitación que tenía alquilada en la isla de Södermalm y me tumbe en la cama, me costó bastante conciliar el sueño. Tenía la sensación de que debajo del colchón de muelles aguardaba inquieto un gran océano.

El segundo verso

3 enero, 2021
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De todas las tradiciones navideñas solo hay una que respeto de verdad: el reencuentro anual con mis discos y mis libros favoritos. Se trata de un acuerdo informal pero muy formal que mantengo con ellos desde que me fui de casa de mis padres. Es muy sencillo, consiste simplemente en no escuchar ni leer nada nuevo durante los días que paso en Zaragoza, y escuchar y releer únicamente los discos y libros que más me gustaron cuando era joven. Cumplo con este pacto a rajatabla todas las navidades, y ellos, mis discos y libros favoritos, lo cumplen conmigo también. Después de pasar todo un año alineados en la estantería del salón de mi madre en estricto orden alfabético, aguardando aletargados el día de mi regreso, cuando por fin entro por la puerta vuelven a la vida de repente como muertos vivientes; y yo con ellos. Ayer mismo, sin ir más lejos, mientras escuchaba el Judy is a Punk de los Ramones, me embargó una fuerza centrífuga muy parecida a aquella que tanto me aturdió siendo adolescente, aquel furioso incendio que tan rápidamente se expandió dentro de mí. «Second verse, same as the first», dice Joey a mitad de la canción, y mola mucho, aunque no sea del todo cierto. El segundo verso nunca es igual que el primero. El segundo verso es el que te hace sentir tanto vértigo que al final terminas tirándote al abismo. «And oh, I don’t know why. Oh, I don’t know why…».

*Gracias César Sánchez por la foto. 

 

Ahora que todo termina

14 diciembre, 2020
Dentro

Vivimos una suerte de libre mercado de realidades sin regulación. Hace tiempo que los viejos sistemas de creencia cayeron al suelo abatidos, como ese último segundo del presente que acaba siempre por desfallecer, y ahora millones de mentes se ven arrojadas a un nuevo clima de estrés.

Las redes sociales, como esta en la que escribo estas líneas, facilitan la creación y la distribución constante de nuevas realidades. Son miles, millones, los autores que en este colapso de creencias y estilos de vidas ofrecen sus versiones de lo que está sucediendo, pero ninguna de ellas nos resulta suficientemente convincente. Por eso no es extraño ver las conversiones tan radicales que vemos por aquí todos los días. Un día pensamos una cosa y dos memes y tres artículos más allá pensamos todo lo contrario.

¿Estamos siendo arrastrados más allá de nuestro propio entendimiento? El problema que esconde esta pregunta me parece uno de los acontecimientos más amenazadores a nivel psicológico de toda la historia de la humanidad; y a nivel político también. Si lo pienso en serio, me viene a la cabeza la imagen de una gigantesca telaraña delgada y cambiante, y dentro de ella una inabarcable diversidad de ideas y valores incapaces de ponerse en común. Es como si estuviésemos dejando literalmente de saber quiénes somos.

Por supuesto que hay mucha gente dispuesta a ofrecernos respuestas inmediatas a este interrogante, pero tampoco ellas terminan de convencer, pues no acostumbran a ser más que automatismos basados en cualquiera que sea la preferencia ideológica de su autor, y al final seguimos igual de desamparados. No hace falta haber abandonado el hogar para sentirse desamparado.

Supongo que no es la primera vez que esto sucede. Imagino que cuando se desplomó la estructura de la realidad representada por la Iglesia medieval, y ésta perdió su posición como definidora de la verdad cósmica y formadora del orden social, tampoco debió ser fácil. Según dicen los historiadores, aquel desplome de realidad liberó energías muy diversas, llenó de dudas la superficie de la tierra y provocó explosiones de creatividad tan grandes como el Renacimiento.

Me pregunto si será eso mismo lo que nos esté sucediendo hoy, que estemos en vísperas de un nuevo renacimiento justo ahora, cuando parece que todo termina. Y si es así, espero de corazón que lo que traiga sea bien distinto de lo que trajo el otro.

El final de todas las predicciones

13 diciembre, 2020
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Hablando estos días con los amigos las preocupaciones caen como una pila de huesos abatidos. No son pocas las veces que me he visto metido en conversaciones donde no paran de aparecer términos para definir el descontento: angustia, ansiedad, incertidumbre, malestar, preocupación, tristeza. Chalar con mis amigos se ha vuelto un desconsuelo absoluto. Pero yo no creo en los absolutos. Es verdad que la pandemia nos ha traído dolor, pero también nos ha traído dudas. La duda corre hoy como un río oscuro a través de nuestras cabezas, y eso está bien, porque la vida es posible unicamente cuando no conocemos lo que vendrá. Puede que muchas de las cosas de las que dicen mis amigos sean ciertas y el futuro termine por confirmarlas sin remedio, pero también puede ser que no. Nacemos envueltos en el misterio, vivimos envueltos en el misterio y morimos envueltos en el misterio, y el presente contiene el futuro sólo como una posibilidad entre muchas. Nada más. ¿O acaso no es igual de posible que una vez pasada la pandemia, en vez de sufrir todo el rato, nos dé por alegrarnos y disfrutar más de seguir vivos? Piénsalo, no es una idea tan descabellada, al fin y al cabo la alegría siempre fue nuestra principal fuerza vital, por ejemplo la alegría que sentimos cuando sabemos que un amigo está cerca. Además, como bien nos recuerda la Covid, la única certeza de verdad absoluta es la muerte, y ante ella lo único que yo espero es que alguno de mis amigos se haga unas castañuelas con mi calavera, y que el ruido que salga de ellas suene como el final de todas las predicciones.

El círculo de la vida

22 octubre, 2020
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El círculo de la vida: mi padre, mi madre, el mono y yo. Mi padre le está dando mi biberón a un macaco chiflado que encontramos metido en un retrete. Desde entonces sé que las cosas son siempre susceptibles de empeorar.

30 años del Nevermind

12 octubre, 2020
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Sé que son las rocas las que dan testimonio de otras eras, pero como mi calculadora de años personal sigue siendo el Rock, os aviso: han pasado casi treinta años del Nevermind. Sí, como lo oís, treinta años que se van y que no volverán. Adiós cenicientas del Grunge de pelo azul con pantalones rotos y zapatillas John Smith, hay que ver lo pronto que se nos ha hecho tarde. Me pregunto con qué nos deleitará la próxima generación ahora que de verdad ya no tienen nada que perder.

46 años

26 agosto, 2020
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46 años. No es poco el tiempo que llevo vagando a la aventura por este monte sin postes indicadores. Casi medio siglo caminando a paso ligero por el borde del precipicio, tímido al principio y cargado de valor después, un valor que todavía no sé cómo ni de dónde me vino. 46 años llenos de misterios y rompecabezas con los que batirme. Esta mañana asomado a la ventana lo he visto claro: no merece la pena seguir mirando en pos del carruaje, ya sólo queda el polvo del camino. Vuelvo a tener el porvenir entero por delante. Gracias por las felicitaciones y gracias Andrea por la foto.

La noche amiga

23 junio, 2020
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La noche más larga del año se nos hizo corta. Nos merecíamos una noche así. Una noche amiga por las calles desiertas de Barcelona, disfrutando sin guiris de todos aquellos lugares que nos fueron arrebatados hace años por un puñado de hombres sin alma.

La Plaza Real, Las Ramblas, el Gótico. Paseamos con orgullo nuestros triunfos y nuestros fracasos, los logros y las decepciones, y más allá del umbral del retorno fuimos capaces de sostener con palabras y abrazos una amistad de veinte años.

Nos detuvimos un rato donde ya no están los que se fueron, ni los que entraron en contacto con el poder (político e intelectual) y se olvidaron por siempre de nosotros, y vimos que allí no quedaba más que la presencia de una sombra encargada de cuidar con esmero el paso firme de nuestra amistad.

Las copas de vino tinto y las jarras de cerveza fueron poco a poco dándonos acceso a la parte más vulnerable de la mente. De pronto nos convertimos las tres en una energía bruta. Nuestras mentes desencadenadas se adentraron bajo la superficie de la vida hasta su seno mismo, y una vez allí contemplamos el aspecto de las cosas en la oscuridad, y era en realidad muy hermoso.

Anoche, con Ori y Anja fui consciente del bien que trae la amistad, de cómo restaura el mundo. Durante unas horas, disfruté junto a ellas del concierto que amplifica todo lo que nos rodea. Volví a casa borracho y con una idea girando en mi cabeza: «Todas las horas de nuestra vida son nuestras», y eso ningún hombre desalmado podrá nunca arrebatárnoslo.

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